Verónica y Estefanía charlaban animadamente con Irene en la azotea. Era increíble lo que la chica tebana les contaba: la Esfinge que había aterrorizado a la ciudad y la presencia de sus compañeros de clase en Tebas. Tan asombradas estaban con todo aquello que casi se les había olvidado ya el susto de aparecer de repente en aquel lugar, sin saber cómo ni por qué.
– ¿Veis?- e Irene señaló el monte Antedón, que sobresalía por encima de la muralla-. En la cima de ese monte estaba la Esfinge. ¡Era odiosa! Desde que se ha ido todo es diferente. Ahora Tebas ha vuelto a la normalidad y, aunque todavía quedan cinco enigmas por resolver, espero poder evitar que la Esfinge regrese. Seguro que vosotras podéis ayudarme en eso.
Estefanía y Verónica asintieron. Claro que intentarían ayudar a Irene con los enigmas, harían todo lo posible. Sin embargo, Irene no dijo de inmediato el siguiente enigma, que sabía de memoria. Se la veía nerviosa y enseguida las chicas del futuro supieron por qué:
– ¿Sabéis? Mi prima Calíope se casará pronto y hoy celebra el sacrificio a los dioses. Debería haberse casado en enero, que es cuando se celebran en Tebas los matrimonios, pero en esas fechas estaba aquí la Esfinge, así que se han retrasado todas las bodas. Tengo que arreglarme para la ceremonia. ¿Os gustaría venir? Seguro que a mi prima le encantará conoceros. Irán sus amigas y mis otras primas a la fiesta. ¿Os animáis?
A Estefanía y a Verónica les pareció una idea estupenda lo de la fiesta, aunque aquello del sacrificio no sonaba muy bien que digamos.
– ¿Eso del sacrifico qué es?- preguntó Estefanía.
– ¡Ah! ¿Es que no es igual en el futuro?- se extrañó Irene-. Ya veo que no…. A ver, aquí la novia, antes de casarse, se encomienda a los dioses durante la ceremonia del sacrificio. Pero lo más lindo es que también consagra a los dioses sus juguetes de niña. Ya lo veréis. ¡Mi prima Calíope tiene unas muñecas preciosas! Hoy se desprenderá de ellas, porque ya no es una niña: va a casarse. Y sé que le costará hacerlo. Aún le gusta jugar con sus muñecas. ¡Tiene dieciséis años y aún le gusta jugar con ellas!
Verónica y Estefanía se miraron asombradas:
– ¿Quéeeee? ¿Tiene dieciséis años y va a casarse?
– Pues sí – aclaró Irene-, es lo normal.
– Será lo normal aquí- intervino Verónica- En el futuro, a los dieciséis años aún estamos en el instituto y ninguna chica piensa en casarse a esa edad.
Ahora la sorprendida era Irene, que no quiso disimular su admiración y su envidia por la suerte de las chicas del futuro:
– ¡Cómo me gustaría vivir en el futuro!
Irene no tardó en prepararse para la ceremonia. Se había puesto una corona de pequeñas flores blancas y se había perfumado con esencias. Traía dos coronas de flores para sus amigas, a las que también ungió con su perfume.
– ¡Pasadlo bien!- las despidió la madre de Irene a la puesta de la casa.
Entonces apareció por el fondo del patio el abuelo de Irene.
– ¡Esperad! Tengo algo para nuestras invitadas.
El abuelo traía en sus manos una cajita de madera. De ella extrajo un colgante que colocó alrededor del cuello de Verónica y lo mismo hizo con Estefanía. Eran dos pequeñas piezas de cerámica decoradas con unos misteriosos dibujos geométricos.
El abuelo se dirigió a su nieta:
– ¿Te acuerdas, Irene, de lo que te prometí cuando se fue Arancha? Te dije que ella siempre te recordaría. Ya verás cómo ahora se cumplirá mi promesa. Te recordará ella y te recordarán todos tus amigos del futuro.
Verónica, Estefanía e Irene no comprendieron. Dieron las gracias y se apresuraron hacia la casa de Calíope.
– A veces mi abuelo dice cosas extrañas- explicó Irene-. Pero es muy bueno y muy sabio. Conservad su regalo. Os hará bien.
Asistieron a la celebración del sacrificio de Calíope y a la entrega de sus juguetes. Comieron dulces y bebieron hidromiel. Cantaron y bailaron junto a las amigas y primas de la novia.
Al anochecer, cuando regresaban a casa de Irene, la luz deslumbrante que ya conocemos envolvió a Estefanía y a Irene, que desaparecieron en unos segundos. Irene se quedó sola en mitad de la calle, tan asombrada como si fuera la primera vez que aquello sucedía.
– ¡Estefanía, Verónica! – exclamó- ¿Por qué os vais ya? ¡Ni siquiera os he dicho el segundo enigma…!
Irene tenía razón. Sus amigas ya no estaban y ella, con la emoción de la fiesta, se había olvidado del enigma. Estaba furiosa consigo misma. Sintió prisa por llegar a casa y corrió por las calles en sombras. Su abuelo la esperaba en el patio, con una lámpara de aceite encendida:
– Mira. Irene, tus amigas han olvidado algo.
Irene desplegó el papel cuadriculado que su abuelo le tendía. Era la primera vez que veía algo parecido. Acercándose a la llama de la lámpara, leyó con voz emocionada lo que el papel llevaba escrito:
“Cuando sube nos vamos,
Cuando baja nos quedamos”
La solución es EL ANCLA.
Verónica y Estefanía.
– Pero, ¿cómo es posible?- acertó a preguntar Irene, sin salir de su asombro.
Su abuelo la abrazó riendo, mientras le decía:
– Irene, chiquilla, ya aprenderás que no siempre podemos entender todas las cosas…
En el alegre cielo de Tebas lucían las estrellas del final de la primavera y en el aire fragante se mezclaban las músicas de las celebraciones de boda. Tebas estaba de fiesta sin la Esfinge. Irene, en silencio, dedicó un agradecido adiós a sus amigas y amigos del futuro, a la vez que hacía una promesa solemne y formulaba un deseo:
– Nunca os olvidaré. No me olvidéis nunca.
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